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Opinion

Rusia: prolongada guerra de desgaste contra Ucrania

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El autor reside en Nueva York

Desde que Rusia lanzó la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022, el conflicto se ha transformado en una guerra de desgaste prolongada. Este tipo de guerra busca agotar los recursos, la moral y la capacidad de resistencia del adversario, más que lograr conquistas rápidas.

Rusia, pese a su superioridad militar, ha optado por este enfoque debido a las dificultades encontradas en el terreno y al inesperado apoyo internacional hacia Ucrania.

La guerra de desgaste consiste en el uso sistemático de recursos humanos, económicos y militares para forzar al enemigo a rendirse por agotamiento. En este marco, la victoria se mide por la capacidad de sostener el esfuerzo bélico a largo plazo. Rusia ha utilizado los territorios ocupados no solo como bases militares, sino también como zonas para instalar fábricas de armamentos, reduciendo la dependencia logística de su retaguardia.

Informes occidentales señalan que Rusia produce cerca de 30,000 drones de ataque anuales, con planes de duplicar esa cifra. Esta capacidad industrial refleja la estrategia rusa de prolongar la guerra mientras adapta sus recursos a un enfrentamiento de larga duración. El objetivo es compensar los reveses iniciales y aumentar la presión constante sobre las fuerzas ucranianas, que dependen del suministro externo de armas y municiones.

En cuanto a capacidades bélicas, Rusia mantiene una clara ventaja en número de tropas, reservas de equipamiento, industria militar y recursos energéticos. Sin embargo, la guerra ha demostrado que la superioridad material no garantiza una victoria rápida. Ucrania, con un ejército más pequeño, ha mostrado una resistencia con un estoicismo inesperado gracias a la motivación nacionalista y al respaldo político, financiero y militar de sus aliados occidentales.

El apoyo internacional ha sido decisivo. 

La OTAN y la Unión Europea han proporcionado a Ucrania inteligencia en tiempo real, sistemas antiaéreos, tanques y misiles de precisión. Esto ha frenado los avances rusos y forzado a Moscú a cambiar de estrategia.

La prolongación del conflicto responde, en parte, a la necesidad rusa de neutralizar ese apoyo externo, esperando que el cansancio político en Occidente reduzca el flujo de ayuda hacia Kiev.

Desde el punto de vista militar, el alargamiento de la guerra obedece también a factores internos de Rusia. Las dificultades logísticas, la coordinación de tropas y la escasez de oficiales experimentados han obligado al Kremlin a moderar las ofensivas y priorizar la resistencia prolongada. Esto permite reorganizar sus fuerzas, entrenar nuevos contingentes y reponer equipos destruidos en combate.

Otra razón clave es la reducción de bajas propias. Las ofensivas a gran escala han demostrado ser costosas en términos humanos, lo que genera un impacto político en la opinión pública rusa. Al adoptar una guerra de desgaste, Moscú busca evitar un descontento interno que podría erosionar la legitimidad del gobierno. El Kremlin apuesta a que el tiempo y la fatiga internacional puedan jugar a su favor más que una ofensiva arriesgada.

El cálculo de costos y beneficios también pesa. Aunque Rusia sufre sanciones económicas, ha logrado reorientar su comercio hacia China, India e Irán.  (más de un tercio de la población mundial). Sus exportaciones de petróleo y gas, aunque reducidas hacia Europa, encuentran mercados alternativos. Esto le permite financiar su esfuerzo bélico, mientras Ucrania depende casi totalmente de la ayuda occidental para sostener su economía y su infraestructura básica, seriamente dañada por los ataques rusos.

El factor demográfico añade presión: millones de ucranianos han abandonado el país, lo que reduce su fuerza laboral y limita la recuperación económica. Mientras tanto, Rusia moviliza reservistas y emplea mercenarios, como el Grupo Wagner, para mantener su capacidad operativa. La prolongación de la guerra responde al convencimiento de Moscú de que Ucrania enfrenta un desgaste humano más severo.

En el ámbito diplomático, la dilatación del conflicto le permite a Rusia mantener su narrativa contra la expansión de la OTAN y reforzar su papel como potencia resistente frente a Occidente. Esta retórica es utilizada internamente para sostener la moral de la población y justificar la militarización creciente del Estado ruso en un escenario de aislamiento internacional. El tiempo, para Moscú, es un recurso estratégico.

La prolongación de la guerra no implica que Rusia aspire únicamente a resistir. Su objetivo final es desgastar el apoyo internacional a Ucrania hasta debilitarlo. Al calcular que la paciencia de los países occidentales es limitada, Moscú espera un escenario en el que Kiev se vea obligada a negociar en desventaja. La apuesta es forzar concesiones territoriales y políticas que consoliden la influencia rusa en el este de Ucrania.

En conclusión, la guerra de desgaste emprendida por Rusia en Ucrania responde a un cálculo estratégico que combina factores militares, económicos sociales y políticos. Si bien una victoria rápida parecía posible en los primeros meses, la resistencia ucraniana y el apoyo occidental modificaron el panorama. El futuro del conflicto dependerá de quién soporte mejor el costo prolongado, en una guerra donde el tiempo se ha convertido en el arma más poderosa.

CarlosMcCoyGuzman@gmail.com

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