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Opinion

Por qué Corina y no Trump 

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El autor es politólogo y teólogo. Reside en Nueva York

El Premio Nobel de la Paz no responde al poder político, la fama mediática ni la influencia económica. Su esencia es ética: ¿quién representa, con acciones y sacrificio personal, un compromiso auténtico con la paz y la democracia? Desde esa lógica, el reconocimiento a María Corina Machado y la exclusión de Donald Trump no es sorprendente, sino plenamente coherente.

Machado defiende el voto, los derechos civiles y el cambio político por vías no violentas en un contexto hostil, donde hacerlo implica persecución, censura, clandestinidad y riesgo de cárcel o exilio. No actúa desde el amparo de las estructuras estatales, sino desde la resistencia ciudadana.

Esa trayectoria, sostenida frente a un régimen que criminaliza la oposición, conecta con los valores históricos que el Nobel ha premiado en figuras como Liu Xiaobo, Malala Yousafzai, Nelson Mandela u Oscar Arias: individuos que enfrentaron autoritarismo o represión sin renunciar a principios éticos como base de la convivencia democrática.

El Comité Nobel no reconoce discursos altisonantes, sino consecuencias reales. En el caso de Machado, su activismo revitalizó expectativas electorales y reavivó la conciencia cívica en un país donde el régimen limita la participación política, manipula los procesos y conculca derechos fundamentales. Su figura proyecta una acción pacífica frente a un Estado que lo niega.

Donald Trump, en contraste, enfrenta un dilema de legitimidad moral. Aunque se le asocie con iniciativas diplomáticas, su estilo político ha sido señalado por fomentar la polarización interna, cuestionar procesos electorales legítimos y debilitar la confianza institucional.

El asalto al Capitolio representa un punto de quiebre ético y democrático. Desde esa perspectiva, su figura tensiona la estabilidad institucional hacia adentro y proyecta incertidumbre hacia afuera, lo cual dificulta promoverlo como emblema de paz.

El Nobel no se limita a entregar medallas: envía señales globales. Al elegir a Machado, reafirma que la paz nace del respeto al voto, las libertades y la dignidad ciudadana. Al descartar a Trump, evita respaldar un estilo de poder vinculado a la división interna y al deterioro institucional.

María Corina Machado

La diferencia no es solo biográfica. Machado encarna la esperanza civil frente a la opresión; Trump representa un liderazgo marcado por la controversia democrática. El Comité premió la lucha por conquistar derechos, no la administración del poder. Esa es la clave ética que explica por qué Corina y no Trump.

Trayectoria

La trayectoria de María Corina Machado no nació en campañas electorales recientes, sino en plena hegemonía de Hugo Chávez. Su irrupción se dio cuando, desde Súmate, impulsó en 2004 el referéndum revocatorio contra un presidente que se proclamaba intocable.

 Poco después, aceptó la invitación a Miraflores y, ante Chávez, lo confrontó en televisión nacional: un gesto inusual en un país donde la disidencia costaba reputación, libertad o exilio.

En 2010 ganó un escaño como diputada, convirtiéndose en una de las voces más incómodas del oficialismo. No solo denunciaba el desmontaje institucional, sino que señalaba a los responsables del deterioro democrático. En 2014 intervino ante la OEA para denunciar la represión en Venezuela. La reacción del chavismo fue inmediata: pérdida de su curul, amenazas y vigilancia constante.

Lejos de replegarse, recorrió el país organizando redes ciudadanas, mientras se acumulaban investigaciones, allanamientos y amenazas judiciales. No tenía partido propio ni protección institucional, y tampoco se exilió. La inhabilitación política se renovaba cada vez que su figura amenazaba el monopolio del poder.

En 2023, en medio de un aparato represivo intacto, participó en las primarias opositoras y obtuvo un respaldo masivo. Esa votación, desnuda de recursos y propaganda oficial, reactivó la conciencia política de millones. El régimen reaccionó con inhabilitación inmediata, allanamientos y vigilancia sobre familiares y aliados. Terminó desplazándose de casa en casa para evitar detenciones, coordinando su liderazgo desde la semiclandestinidad.

Donald Trump

El Comité Nobel no pasó por alto ese itinerario. Cada episodio revela una lucha pacífica, sostenida y de alto costo personal, frente a un poder que concentra armas, recursos y propaganda. No se trata de discursos, sino de hechos sometidos a riesgo.

En contraste, Trump no ha enfrentado ni cárcel ni clandestinidad por desafiar un régimen autoritario. Machado construyó su liderazgo desafiando uno. Esa es la distancia ética que define, sin escándalo, por qué Corina y no Trump.

Luchas

Tratando de ver un poco más allá, yendo a siglos de historia y, que el Comité decidiera otorgar a María Corina; el Nobel de la Paz, se entiende como reconocimiento no por logros recientes, sino por luchas que han construido y defendido espacios democráticos con riesgo y sacrificio.

La trayectoria de Corina Machado evidencia que la democracia no se mantiene solo con leyes, discursos o tratados internacionales, sino con acción sostenida, coordinación ciudadana y protección de los derechos fundamentales frente a regímenes que concentran poder y limitan libertades.

Su irrupción política comenzó con Súmate, impulsando en 2004 el referéndum revocatorio contra Hugo Chávez. Esa posición valiente la colocó en el centro de la controversia y le costó campañas de desprestigio, amenazas y vigilancia constante. Elegida diputada en 2010, se convirtió en una voz crítica y persistente, denunciando la concentración de poder y la erosión de instituciones que debía proteger el Estado.

Cada intervención mostraba que la defensa de la democracia requiere riesgos que pocos están dispuestos a asumir.

El momento más álgido llegó en 2014, cuando denunció ante la OEA la represión en Venezuela. La reacción del chavismo fue inmediata: pérdida de su curul, amenazas, persecución judicial y hostigamiento constante.

A pesar de estas circunstancias extremas, Machado no se retiró. Coordinó la oposición y promovió estrategias para garantizar que figuras como Raymundo pudieran participar en elecciones, defendiendo los territorios democráticos, con sangre conquistados, aun desde la semiclandestinidad. Su liderazgo se construye sobre acción, organización y resistencia civil, no con concentración de poder.

Trump, en contraste, cuestiona y socava los procesos electorales cuando no le favorecen, debilitando instituciones y  polarización sentimientos. Mientras Machado protege y amplía la participación, Trump la erosiona desde un intento de autoritarismo.

Esa diferencia moral y estratégica define la esencia del Nobel: se premia a quien preserva la pluralidad bajo riesgo, no a quien la pone en tensión desde el poder.

Premiar a Machado significa reconocer que la paz y la democracia se sostienen en la persistencia de quienes defienden derechos, abren espacios y garantizan que la voz de la ciudadanía tenga peso real, incluso frente a la represión. Cada etapa de su lucha, desde la confrontación con Chávez hasta la organización de la oposición actual, evidencia un compromiso histórico que trasciende fronteras.

La diferencia es que Corina Machado arriesga, coordina y protege la democracia; Trump impugna y debilita procesos desde el gobierno o fuera. Esa coherencia histórica explica, sin dudas, por qué Corina y no Trump.

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