El matricidio cometido en la persona de Agripina, por mandato de su hijo Nerón, es una de las más dramáticas pruebas de que el ejercicio del poder tiene una base que no siempre aflora a la vista del pueblo llano.
Se ha demostrado que el mando supremo tiene reglas visibles e invisibles y que sostenerlo requiere una mezcla de habilidad y crueldad. Ergo, en sentido general, los que valoran la gloria son obstáculos para los que aman el poder.
Aplicable sin ambages al emperador romano Nerón es la frase lapidaria “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”, contenida en una carta que el historiador y escritor inglés Lord Aucton le envió al obispo anglicano de Londres Mandell Creighton, conocido por su visión filosófica relativista.
La vida de Nerón fue un amasijo de contradicciones que cubrieron unos inicios mesurados que se fueron transformando en hechos virulentos. Esa condición inspiró al dramaturgo e historiador francés Jean Racine a escribir un drama que envuelve al referido césar, a su madre Agripina y a Británico, el que estaba destinado a sustituir en el mando del imperio romano a su padre Claudio. (Británico. Editorial Gallimard, edición 2019. JR).
La biografía de Nerón lo describe como un hombre culto (en parte gracias a Séneca el joven, luego una de sus víctimas). Antes, cuando su madre estaba desterrada, sus instructores fueron un barbero y un bailarín asociados a una tía suya.
Sin embargo, arrastraba consigo taras genéticas y deformaciones fomentadas por él en su yo interior. Un sujeto así no podría ubicársele en el refinado mundo de filosofía, música, lógica y estética que sobre la meditación y el poder creó el escritor alemán-suizo Hermann Hesse en su novela titulada El juego de abalorios.
Agripina La Menor, esposa y viuda de su tío-abuelo Claudio, el emperador romano, era una mujer curtida en los enredos criminosos del poder. Por maniobras de toda índole logró que Nerón fuera adoptado como hijo por Claudio y a la muerte de este fue su sustituto. Tenía entonces 17 años y en esa época la consideraba “la mejor de las madres”. Luego vino un vuelco total en las relaciones entre ellos.
Esa fémina con alma diabólica (hermana del terrible Calígula) ordenó crímenes contra poderosos e incluso sobornó a los guardias pretorianos para tener el control de los resortes imperiales y lograr así que su hijo Nerón fuera designado sucesor del debilucho Claudio. Le ordenó a una cortesana suya que envenenara a su esposo cuando consideró dadas las condiciones para ella imponerse a sus rivales internos.
Pero esas incesantes maniobras empapadas en sangre la condujeron años después a la tumba. La sórdida lucha por el poder, enredos familiares y una elevada dosis de patología mental produjeron uno de los matricidios más comentados de la historia universal.Luis Carandell, el catalán que fue un avezado corresponsal de guerra, recopiló 500 anécdotas políticas en un libro que abarca hechos ocurridos desde el señorío del faraón egipcio Keops, hasta nuestros días.
Dicho autor repite que el matricidio en contra de Agripina La Menor, la emperatriz-madre, lo cometió su hijo Nerón bajo la permanente incitación de su mujer, la desalmada e inteligente Sabina Popea, a quien estando embarazada luego la mató de una patada. De esa Popea escribió el historiador Tácito que estaba dotada de “todas las virtudes, menos la virtud”.
Después de varios intentos fallidos de Nerón para matar a la mujer que lo parió, por envenenamiento primero, y luego con el subterfugio del hundimiento de una embarcación que la transportaba a la celebración de las fiestas anuales dedicada a la famosa diosa de la mitología romana Minerva, en un pueblo cercano al golfo de Nápoles, el referido matricidio se cumplió un sangriento día del año 59.
A la víctima de aquel espantoso crimen se le atribuye, en un momento tan dramático como ese, haberse despojado de su ropa y ordenarle de manera clara y concisa al sicario que la eliminó: “hiéreme en el vientre que ha podido albergar a tal monstruo”.
Dicen las antiquísimas crónicas (leyenda o no) que años antes, al tener la conjetura de que Nerón la mandaría a matar, Agripina proclamó “que me mate, con tal de que reine”.
Nada vinculado con la sevicia era ajeno a Nerón. Opinantes de ese lejanísimo pasado anotaron que el padre de Nerón les dijo a unos amigos lo siguiente: “de Agripina y de mí sólo puede nacer un monstruo”.
Con el paso de los años ese juicio (fuera verdad o invento) se convirtió en una amarga realidad. Eso está en consonancia con la decisión de Nerón de ordenar que le cortaran la cabeza a Pablo y que crucificaran a Pedro, dos de los más famosos dirigentes que en Palestina impulsaron, en medio de grandes adversidades, los primeros pasos del cristianismo.
El historiador y biógrafo Suetonio narra, entre otras cosas, que Nerón acompañó en víspera del matricidio a Agripina La Menor “hasta el muelle con jovialidad, e incluso besándole los pechos antes de embarcar. Pasó entonces una noche de profunda ansiedad y sin dormir, esperando el resultado de sus acciones”.
Dicho autor señala más adelante que: “fuentes confiables añaden detalles más horripilantes: que corrió a ver el cadáver, manoseando sus extremidades mientras criticaba o elogiaba sus rasgos, y bebiendo para saciar la sed que lo dominaba. Sin embargo, no pudo, ni entonces ni después, ignorar los remordimientos de conciencia…a menudo confesaba que el fantasma de su madre lo acosaba”. (Las vidas de los doce césares. Libro sexto. Editorial Juventud, quinta edición 1996, Pp239-276. Suetonio).
En su cuento “La casa de Asterión” Jorge Luis Borges al parecer descansa sus opiniones en gran parte sobre la vida cargada de una y mil contradicciones de Nerón. Una estampa de ese emperador está reflejada en boca del mencionado personaje de ficción: “sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura…Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande”.
Después de producido el matricidio descrito Nerón desarrolló su más sangrienta etapa como emperador, ordenando muchos crímenes, viciosos la mayoría de ellos. “La ciudad estaba llena de cadáveres”, recogió un relator de esos tiempos tormentosos.
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