Opinion

Los gobiernos no quieren periodistas y comunicadores

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EL AUTOR es comunicador. Reside en Santo Domingo.

Ignacio Ramonet definió alguna vez a los periodistas como “obreros anónimos de una cadena de montaje en la producción informativa”. Pablo Picasso, con ironía, dijo que “los periodistas son quienes reparten cizaña en la vida moderna”. Dos visiones distintas, pero con un punto en común: el periodismo incomoda.

Los medios de comunicación son, al mismo tiempo, los mejores aliados y los peores enemigos de cualquier gobierno. En una democracia, el periodista es el puente entre los hechos y la opinión pública; los ojos y oídos de una ciudadanía que no puede estar en todas partes, pero que tiene derecho a saber. Su trabajo influye en la manera en que la sociedad percibe la realidad, y esa influencia inquieta a quienes detentan el poder.

Cuando los medios revelan errores, negligencias o abusos, se convierten en un espejo que refleja lo que muchos gobiernos preferirían ocultar. Esa función no debería verse como amenaza, sino como oportunidad: la crítica, asumida con madurez, permite corregir males que afectan a la comunidad. Sin embargo, demasiados gobernantes prefieren el silencio a la transparencia, la propaganda a la fiscalización.

El rechazo a la prensa no es nuevo, pero sí revelador. No es casual que, cuando a Fidel Castro le preguntaron cuál fue su secreto para mantenerse tanto tiempo en el poder, respondiera: “¡Aléjate de la prensa!”. En los regímenes autoritarios esto se traduce en censura directa, medios estatales dóciles o voceros oficiales que buscan monopolizar la narrativa política. Saben que el periodismo crítico puede desestabilizar a quienes dependen de la opacidad para sostenerse

Guido Gómez impulsó la creación de “Ojo Cívico”

 En muchos países, ciertos gobiernos han adoptado una postura de desconfianza hacia los medios de comunicación, convencidos de que estos responden a élites privilegiadas o que actúan como oposición encubierta bajo el disfraz de la crítica periodística. Así, se construye un relato polarizante de “nosotros contra ellos”, donde el jefe de Estado se presenta como el único defensor del pueblo frente a medios supuestamente corruptos y manipuladores.

Este fenómeno no es nuevo

Desde los regímenes autoritarios del siglo XX hasta las democracias contemporáneas, el control de la narrativa ha sido una herramienta de poder. Lo que cambia es el canal: hoy, muchos líderes prefieren comunicarse directamente con la ciudadanía a través de redes sociales, evitando el “filtro” periodístico y apelando a una conexión emocional que, aunque inmediata, puede sacrificar el rigor informativo.

Si bien esta estrategia puede parecer más democrática, al eliminar intermediarios, también puede debilitar los mecanismos de rendición de cuentas. La prensa, cuando actúa con independencia y rigor, no es enemiga del gobierno, sino su mejor aliada para garantizar que la gestión pública se mantenga bajo escrutinio constante.

El doctor Guido Gómez Mazara, ha señalado otro ángulo del problema: la información oficial sobre la gestión pública no siempre llega clara a la población. Desde el Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (INDOTEL), impulsó la creación de “Ojo Cívico”, una plataforma que permite a los ciudadanos acceder a datos públicos sobre el trabajo y desempeño de los funcionarios.

Esta iniciativa representa un paso hacia una democracia más informada, donde el acceso a la verdad no dependa de la voluntad del poder, sino del derecho ciudadano.
El mejor aliado del gobierno es la prensa, porque actúan como auditores, observando la pulcritud de los servidores públicos y privados. Si se usa con rigor, obligará a muchos a “caminar con pie de plomo” y a entender que la transparencia no es un lujo, sino una obligación.

En palabras de Albert Camus, “una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala”. La crítica periodística no debe verse como amenaza, sino como brújula ética que orienta la gestión pública hacia el bien común.

luisruiz47@gmail.com

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