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Opinion

Faride: víctima de la podredumbre

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El autor es periodista. Reside en Nueva York

En política los ataques son pan de cada día. Pero hay momentos en que la crítica deja de ser legítima y se convierte en una maquinaria de destrucción.

Lo que hoy se hace contra Faride Raful no es fiscalización sino sevicia: la mentira convertida en arma, en desprestigio elevado a contenido y la difamación normalizada como herramienta política.

Faride no es solo ministra. Es hija, madre, hermana, una mujer con rostro, con historia, con dignidad. Detrás del cargo hay una vida que siente, que sufre, que sangra.

Cuando la atacan con calumnias, no golpean una gestión: golpean un hogar. No solo se agrede una figura pública, se envenena el alma de una familia entera.

¿Cómo explicarle a un niño por qué insultan a su madre?

¿Qué palabras encuentra un padre cuando ve el nombre de su hija arrastrado por el lodo sin causa ni prueba?

Las mentiras no solo destruyen reputaciones: hieren el equilibrio emocional de quienes aman, de quienes viven, de quienes crecen bajo esa sombra injusta.

Faride Raful

Faride es víctima de una narrativa construida con morbo, pero sin fundamento.

La verdad ya no importa. Lo que cuenta es el escándalo, el ruido, la viralidad.

En ese contexto, los medios y las redes se vuelven tribunales sin ética, donde la estrangulación moral se celebra y la defensa de la integridad es una rareza que se castiga.

Lo más perverso

Lo más perverso de todo esto es que se ataca lo que representa: una mujer que no negocia principios, que intenta dirigir sin clientelismo, que ha cometido errores, sí, pero no ha traicionado su vocación de servicio ni su dignidad.

En un sistema que premia al corrupto, ella es un cuerpo extraño. Y por eso quieren destruirla.

A Faride se le cobra su decencia como si fuera un delito. Se le castiga por no pactar, por no claudicar, por no callar.

La crítica legítima ha sido sustituida por una cacería personal. No hay análisis, solo veneno. No hay argumentos, solo ataques. No hay oposición, solo odio disfrazado de opinión pública.

Este país ha normalizado que a una mujer con autoridad se le ataque no solo por lo que hace, sino por lo que es. Ser firme se convierte en arrogancia. Ser madre no genera compasión, sino desprecio. Ser honesta no inspira respeto, sino envidia. Así se desmontan modelos, se destruyen liderazgos y se hiere a toda una generación que mira….

El daño no es solo personal. Es colectivo. Porque cuando la mentira gana, todos perdemos.

Perdemos confianza en los medios, en la justicia, en la política, y peor aun en el futuro.

Porque enseñamos a los jóvenes que ser íntegro no vale la pena. Que ser valiente es peligroso. Que decir la verdad es un riesgo. Y que resistir al sistema putrefacto de la “nueva comunicación” se paga con humillación.

¿Qué debería sentir un padre viendo a su hija perseguida por cumplir su deber?

¿Y un hijo crecer escuchando que a su madre se le critica con mentiras para destruir su moral?

¿Qué dolor tan profundo el de una  madre que cómo La Virgen Maria ve crucificada a su hija con odio por intentar lo correcto?

Que podemos responder cuando esto sucede y el dolor familiar se vuelve dolor nacional, porque la calumnia se convierte en regla y la ética, en excepción.

Entonces, decir que Faride representa algo que muchos no soportan: mujer que piensa, que cuestiona, que actúa, independiente en criterio, que no pertenece al club de los obedientes ni al bando de los complacientes.

Por eso no la perdonan.

Porque su sola presencia desafía las estructuras que viven del chantaje, la extorsión, el pago de soborno, el engaño, las mentiras, el silencio, y del acomodo mediático.

A Faride, hoy no se le persigue por corrupta, sino por incorruptible. No por débil, sino por fuerte. No por fallar, sino por intentar lo que otros nunca quisieron hacer. Y eso le cuesta.

Le cuesta el respeto mediático, el “apoyo político”, la tranquilidad familiar y el bienestar emocional. Pero no ha cedido. Y eso también es imperdonable.

Defender a Faride Raful no es cuestión de partido, ni de simpatía, ni de amistad, hermandad o ideología. Es una cuestión humana y de país. Es decirle a esta Nación que la mentira no puede seguir destruyendo la vida de los justos y regando estiércol por doquier.

Que los hijos tienen derecho a admirar a sus madres. Y que los padres no deben enterrar en silencio la dignidad de sus hijas.

No basureros

Basta de convertir la política en excremento y los medios en basurero de conciencia. Basta de llamar “opinión” a lo que es una pocilga con micrófonos.

Basta de permitir que los medios jueguen a ser verdugos sin consecuencias…..

La democracia no puede sostenerse sobre el sufrimiento gratuito de quienes, con errores y aciertos, aún creen en el deber.

Hoy, el país no está a prueba por lo que hace Faride, sino por lo que tolera contra ella.

No la juzguemos por lo que han dicho, sino por lo que ha hecho. Y si permitimos que las mentiras destruya su voz, mañana el silencio será nuestro único legado.

Porque no solo se pierde una ministra: se pierde el ejemplo que nunca debimos traicionar: La decencia.

jpm-am

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