Opinion
Cuando la indolencia mata y el sistema calla
POR RAMFIS PEÑA NINA
Mi Eric, mi hermano Carlos y Aida…
¿Qué tienen en común?
La imprudencia de conductores irresponsables que han convertido nuestras calles en cementerios, arrebatándonos seres queridos y dejando hogares destrozados por el dolor.
Estamos en el vergonzoso primer lugar mundial en muertes por accidentes de tránsito, y el silencio de la justicia no hace más que perpetuar esta tragedia.
Me duele volver a escribir sobre esto. No quiero, pero no puedo ser indiferente ante el sufrimiento de un padre que, como yo, se siente indefenso ante un sistema que protege a los asesinos del volante.
Con indulgencia y complicidad, los deja andar por nuestras calles como si la vida que arrebataron no tuviera valor, amparados muchas veces por padrinos influyentes y, otras, por un simple seguro que compra impunidad.
Recuerdo con impotencia el accidente que me arrebató a mi hijo cuando celebraba sus 20 años. En la Autopista del Coral, un camión Mack cargado de CO₂, circulando en vía contraria, embistió el vehículo donde él viajaba. Mi muchacho y su amigo al volante murieron en el acto.
Solo uno de sus compañeros sobrevivió milagrosamente. Trece años han pasado y ese joven nunca se acercó a nosotros para contar lo que ocurrió. Hoy, como entonces, nos enfrentamos a la misma omisión de solidaridad.
Intenté, por mi cuenta, reconstruir lo sucedido: estudié las características del camión, su peso, capacidad de carga, las marcas de frenado en el pavimento… Pero nada sirvió. Obras Públicas y la Amet, los únicos con acceso a la verdad técnica, simplemente nos dieron la espalda. No hubo consecuencias.
La impunidad cubrió el caso con su manto de indiferencia. Lo mismo ocurrió con el hombre que atropelló a mi hermano Carlos. Borracho, con botellas de ron esparcidas en su vehículo y todos los síntomas evidentes de embriaguez, fue detenido… Pero su informe policial no reflejó la realidad.
Nada pasó. Nada cambió. Hoy me solidarizo con el padre de Aida Nicol. Sé lo que siente.
La rabia que nos quema por dentro cuando sabemos que la vida de nuestros seres queridos no valió nada para el sistema. Pienso en la Ley del Talión, en la sed de justicia que nos despierta el dolor. Nos han arrebatado parte de nuestras vidas y, al no haber un régimen de consecuencias, todo sigue como si nada. ¿Hasta cuándo?
jpm-am
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