Opinion
¿Cómo queremos morir?
El nacimiento, la vida y la muerte no son más que hechos y sólo hechos, adornados naturalmente de toda la relevancia que se quiera. Precisamente por ello no pueden ser tenidos como dignos o indignos según las circunstancias en que acontezcan, por la sencilla y elemental evidencia de que el ser humano siempre, en todo caso y situación es digno, esté naciendo, viviendo o muriendo. Decir lo contrario es ir directamente en contra de lo que nos singulariza y cohesiona como sociedad.
Las difíciles circunstancias que provocan algunas enfermedades o una experiencia familiar desagradable pueden ser causa de una posición personal a favor de la eutanasia. Pero los casos extremos no generan leyes socialmente justas, por las dificultades que estos mismos comportan.
Los casos extremos son utilizados y presentados como irresolubles, por lo que si hoy aceptamos matar intencionadamente a un paciente como solución para un problema, mañana podremos halar una centena de problemas para los cuales matar sea la solución.
Según la significación que se dé al término eutanasia, su práctica puede aparecer ante las gentes como un crimen inhumano o como un acto de misericordiosa solidaridad. Estas diferencias tan enormes obedecen con frecuencia a la distinta manera de entender la significación de la palabra, es decir, la realidad que se quiere designar.
Mi criterio personal es que se debe considerar como eutanasia a la actuación o pasividad cuyo objeto es causar o favorecer la muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos, bien a petición de este, bien por considerar que su vida carece de la calidad mínima para que merezca el calificativo de digna.
Esta definición resalta la intención del acto médico, es decir, el querer provocar o favorecer voluntariamente la muerte del otro. La eutanasia se puede realizar por acción directa: proporcionando una inyección letal al enfermo, o por acción indirecta: no proporcionando el soporte básico para la supervivencia del mismo. En ambos casos, la finalidad es la misma: acabar con una vida enferma.
Hoy, más estrictamente, se entiende por eutanasia el llamado homicidio por compasión, es decir, el causar o favorecer la muerte de otro por piedad ante su sufrimiento o atendiendo a su deseo de morir por las razones que fuere.
Sin embargo, en el debate social acerca de la eutanasia, no siempre se toma esta palabra en el mismo sentido, e incluso a veces se prefiere, según el momento, una u otra acepción para defender tal o cual posición dialéctica. Esto produce con frecuencia la esterilidad del debate y, sobre todo, grave confusión en el común de las gentes.
Suicidio
Otra situación es el suicidio asistido. En el suicidio asistido, en lugar de un médico, es la propia persona que desea morir la que pone fin a su vida mediante la ingesta de un fármaco letal, con todos los riesgos que eso conlleva.
En España el suicidio asistido está castigado penalmente como la eutanasia, con penas de 2 a 10 años de cárcel. En Suiza sí se practica. Allí, en determinados centros, un médico prescribe los fármacos, pero siempre es el propio paciente el que los toma directamente. En algunas áreas de Australia, también está permitido.
Como en nuestro país está prohibida la eutanasia, ante casos terminales donde el paciente afronta grandes dolores o sufrimientos, lo que se hace es recurrir a la sedación paliativa. Esta consiste en la administración de fármacos para reducir la conciencia y aliviar el dolor de un paciente con una enfermedad terminal. El objetivo de la sedación es conseguir el mayor bienestar físico, psicológico y espiritual del enfermo en sus últimos momentos.
El derecho a morir no está regulado constitucionalmente, no existe en la Constitución la disponibilidad de la vida como tal. Si existiera este derecho absoluto sobre la vida, existirían otros derechos como la posibilidad de vender los propios órganos o aceptar voluntariamente la esclavitud. La autonomía personal no es un absoluto. Uno no puede querer la libertad solo para sí mismo, ya que no hay ser humano sin los demás.
Nuestra libertad personal queda siempre conectada a la responsabilidad por todos aquellos que nos rodean y la humanidad entera. La convivencia democrática nos obliga a someternos y a aceptar los impuestos, las normas y las leyes que en ningún momento son cuestionados como límites de la libertad personal.
Tomada la eutanasia de esta manera, existen algunas personas y grupos partidarios de legalizarla y de darle respetabilidad social, porque interpretan que la vida humana no merece ser vivida más que en determinadas condiciones de plenitud, frente a la convicción mayoritaria que considera, por el contrario, que la vida humana es un bien superior y un derecho inalienable e indisponible, es decir, que no puede estar al albur de la decisión de otros, ni de la de uno mismo.
La realidad es que, al margen de la legalización o no de la eutanasia y el suicidio asistido, todos queremos una buena muerte, sin que artificialmente nos alarguen la agonía, ni nos apliquen una tecnología o unos medios desproporcionados a la enfermedad.
Todos queremos ser tratados eficazmente del dolor, tener la ayuda necesaria y no ser abandonados por el médico y el equipo sanitario cuando la enfermedad sea incurable. Todos queremos ser informados adecuadamente sobre la enfermedad, el pronóstico y los tratamientos que dispone la medicina, que nos expliquen los datos en un leguaje comprensible, y participar en las decisiones sobre lo que se nos va a hacer.
Todos queremos recibir un trato respetuoso, que en el hospital podamos estar acompañados de la familia y los amigos sin otras restricciones que las necesarias para la buena evolución de la enfermedad y el buen funcionamiento del hospital. Aunque utilizo el término todos, habrá que excluir a aquellos que están convencidos de que no van a morir.
jpm-am
Compártelo en tus redes:
ALMOMENTO.NET publica los artículos de opinión sin hacerles correcciones de redacción. Se reserva el derecho de rechazar los que estén mal redactados, con errores de sintaxis o faltas ortográficas.
